Si trabajas en una profesión de ayuda —como psicología, terapia, enfermería o acompañamiento social— probablemente te resulte familiar esta sensación. Es la llamada fatiga por compasión: un tipo de desgaste emocional que surge cuando sostenemos durante mucho tiempo el dolor ajeno sin atender el propio.
Practicar la empatía, conectar con las historias de las personas y mantener la adherencia terapéutica son pilares de nuestro trabajo. Pero cuando no hay espacios de autocuidado ni límites claros, podemos quedar atrapados en un empapamiento emocional que nos desconecta incluso de nosotros mismos.
¿Qué es la fatiga por compasión?
La fatiga por compasión es un estado de agotamiento físico, emocional y mental que afecta a quienes trabajan acompañando a otros en situaciones difíciles. Se manifiesta como:
✔ Cansancio extremo (incluso tras descansar).
✔ Irritabilidad o desconexión emocional.
✔ Dificultad para concentrarse o implicarse en el trabajo.
✔ Descenso de la energía vital y, en ocasiones, del sistema inmune.
Es frecuente que, al acercarse periodos de descanso (vacaciones, fines de semana largos), el cuerpo “baje la guardia” y el agotamiento acumulado emerja de golpe. Esto tiene una explicación biológica: el estrés sostenido mantiene al organismo en alerta (aumentando cortisol y adrenalina). Cuando la presión cede, el sistema nervioso parasimpático toma el control… y es entonces cuando sentimos todo el cansancio acumulado. Incluso podemos enfermarnos: un mecanismo conocido como síndrome del ocio.
Autocuidado y responsabilidad afectiva: claves para sostenerse
Como profesionales de ayuda, tenemos muy claro el compromiso con quienes acompañamos. Pero ¿y con nosotros mismos?
La responsabilidad afectiva también implica reconocer nuestras propias necesidades y límites:
Autocuidado intencional
No basta con “darse un baño relajante” o esperar a las vacaciones para descansar. El autocuidado debe ser un hábito diario que restaure cuerpo y mente: pausas conscientes, movimiento, alimentación, descanso real.
Límites sanos
La empatía no es fusión. Aprender a diferenciar entre acompañar y absorber permite sostener a los demás sin desbordarnos.
Supervisión y redes de apoyo
Hablar de lo que sentimos con colegas o supervisores no es debilidad, sino una práctica ética y protectora.
Con estas prácticas, podemos seguir ejerciendo con presencia, favoreciendo la adherencia terapéutica de nuestros pacientes y evitando el desgaste.
El valor de conectar (sin perdernos en el proceso)
La capacidad de conectar con las historias de quienes atendemos es uno de los mayores valores en la relación de ayuda. Pero solo podemos sostenerla si también estamos conectados con nosotros mismos.
No se trata de dejar de sentir, sino de cultivar un espacio interno donde la compasión también tenga un lugar para ti.
¿Te sientes identificado?
Si has notado señales de fatiga por compasión, quizás sea momento de parar y reconectar contigo. El autocuidado no es un lujo, es un acto de amor propio y de responsabilidad profesional.
✨ “Para cuidar a otros, necesito cuidarme primero.”